martes, 19 de marzo de 2013

Parte de la mayoría

El otro día en clase con mis alumnos de primero de bachillerato me viene a la cabeza una idea. Son alumnos muy callados, guardan silencio durante las explicaciones, por desgracia, en ocasiones, también a la hora de preguntar. En uno de estos silencios reparo en que no son alumnos especialmente diferentes a los de otros grupos más numerosos donde es bastante difícil mantener el silencio necesario para que todos atiendan a la explicación y pueda haber la adecuada comunicación en clase. La pregunta brota de manera natural ¿por qué con un número menor se consigue este nivel deseado de atención? La respuesta también es obvia, menor número de alumnos supone un mayor control por parte del profesor y evita el anonimato que lleva al alumno a hablar sin pudor en un momento que no debe.  En ese momento no pensé en los cambios de legislación en el sistema educativo, la formación del profesorado, la falta de valoración social del esfuerzo y la responsabilidad en los estudiantes, por no hablar del respeto al profesorado. No, esos temas me darían para muchas más entradas en el blog, incluso para varios capítulos de un ensayo sobre la sociedad actual y la educación. No fue en ese momento lo que durante unos segundos ocupó mi pensamiento sino la diferente dinámica de un grupo, cómo está condicionada por el número y cómo esto no se aplica sólo a un aula sino a toda nuestra sociedad.
El anonimato que otorga el ser un individuo más de nuestra sociedad ha llevado a unos cuantos, desgraciadamente cada día más, a aprovechar esta situación para obtener impunidad. Desde el simple hecho de tirar un papel al suelo o no recoger los excrementos del perro hasta otros actos más graves. Por un papel no pasa nada, ya pasarán los de la limpieza, piensan los infractores. Ser uno más no implica ser invisible ni prescindible sino ser alguien que aporta y da lugar junto a los demás a la suma de contribuciones que supone nuestra sociedad. Estos comportamientos han de ser rechazados por la mayoría en lugar de servir de refugio. Si se supone que la libertad es la satisfacción de todos los propios deseos sin reparar en el perjuicio a los demás y la mayoría lo aceptamos, estaremos destruyendo la sociedad. La libertad de una persona llega hasta donde empieza el perjuicio de otra y sobre todo, el perjuicio a la mayoría. Esta mayoría ha de indignarse ante la afrenta al conjunto y no contentarse con que el peligro pase de largo, ya que en otra ocasión le puede tocar directamente.
Cuando he hablado de actos más graves, he pensado en la apropiación indebida del dinero público. La corrupción tiene muchas vertientes y formas pero cuando dinero de las arcas públicas se queda en manos de unos pocos aprovechados, la mayoría no puede mirar a otro lado. La frase “todos son igual, todos roban” es el escudo que les permite seguir robando, es el anhelado anonimato. En estos momentos, como miembros de la sociedad, hemos de aportar, hemos de unirnos al grito de protesta, hemos de ser la mayoría que acusa y no oculta. Es ahí donde reside la verdadera democracia, no votar a ningún partido con corruptos o sospechosos de corrupción en sus filas. Ya se cuidarán de cambiar la forma de elección de sus candidatos o limpiar sus partidos de estos miembros. La mayoría tiene el poder y eso lo tienen claro los que lo ansían, saben cómo manipular, saben recurrir a los sentimientos de patriotismo, nacionalismo, miedo, desesperación, deseo de diversión, grandeza ansiada, para nublar la mente de la mayoría, que simplemente quiere vivir en un mundo más justo. Esto no se consigue con cambios de legislación (la leyes no siempre son justas como nos han tenido que recordar desde Europa con el asunto de los desahucios), esto se puede obtener con un cambio en nuestra manera de actuar dentro de nuestra sociedad. Es un camino arduo y el paso lento pero si la dirección está clara no habrá quien lo detenga.