miércoles, 25 de mayo de 2016

Campaña electoral o nueva tortura

El año 2015 ha sido una campaña electoral ininterrumpida que se ha prolongado hasta ahora y me ha saturado de política. Sin embargo, rompo el silencio impuesto por este hartazgo y expresaré mi opinión una vez más,  posiblemente la última hasta el día de las elecciones.
Parece claro que el próximo presidente saldrá de uno de los cuatro partidos mayoritarios y probablemente por algún acuerdo entre dos de ellos. También es previsible que sea entre ideologías afines, por tanto, o PP y Ciudadanos o PSOE y Podemos. Me baso para este pronóstico en las negociaciones fallidas anteriores y porque los partidos siguen siendo de derechas o izquierdas, o si lo prefieren, conservadores y progresistas. El centro en política no existe pues es la indefinición, todos aquellos partidos que flirtean con el centro simplemente quieren ganar votos de los indecisos, los indefinidos.
Así pues, los españoles nos encontramos ante cuatro propuestas principales:  una derecha tradicional cuyo asentamiento en el poder ha supuesto un nivel de corrupción vergonzoso, un partido de derechas que aparenta una modernidad cuestionable en cuanto aparecen temas como la relación estado iglesia y que apuesta fuertemente por la privatización de todos los servicios, una izquierda tradicional que parece resignada a asumir la tiranía de los grandes capitales como mal inevitable y una izquierda más radical que peca de un idealismo tan excesivo como su diversidad de opiniones.
A partir de aquí, las promesas, los juegos de palabras, las opiniones interesadas, los datos manipulados y, en general, la distorsión de la realidad. En más de una ocasión he manifestado la importancia de observar y analizar esta realidad como  base para tomar una decisión, pero reconozco que la vida con su dureza no facilita tan ardua labor. Sinceramente, ninguno me convence lo suficiente para hacer campaña por él, pienso votar al que me parece menos malo, pero desde luego pienso votar. En esta democracia tan viciada de privilegios contradictorios con su propia esencia, al ciudadano sólo le queda esa pequeña porción de poder de decisión y se debe aprovechar.
No obstante, si estoy convencido  de otra cuestión. Soy progresista, si prefieren decirlo de otra forma,  de izquierdas, y deseo para España una mejora en la situación y sobre todo un  futuro más halagüeño. Para ello tengo claro a quien no voy a votar, al PP. Si los recortes en educación y sanidad, pilares fundamentales del estado de bienestar,  no son suficiente razón, la corrupción planificada en su propia sede y sus políticas cortoplacistas que amenazan el sistema de pensiones me parecen razones de mayor peso.
Tal vez, por todo eso me resulta  especialmente insultante, afirmaciones o divisas como “vamos a ver a España en positivo”. Claro, olvidemos la tasa de paro y la precariedad laboral, el deterioro de la sanidad y la educación, el oscuro futuro de las pensiones, el pesado yugo de la deuda, hablemos pues del buen  tiempo que tenemos en comparación con los fríos parajes del norte de Europa y, como no, del gran éxito del fútbol español en las competiciones continentales. Cada uno que establezca sus prioridades.
En mi opinión sobre el manido tema de por qué en este país se sigue votando a corruptos, creo que el ser humano triunfó en la evolución por su increíble capacidad de adaptación. Nos acostumbramos a todo, a que la ley no sea justa ni igualitaria, a que unos pocos aprovechen su situación privilegiada para adquirir cada vez más privilegios, hasta nos parece de lo más normal,  hoy en día, ver a alguien hurgando en el interior de un contenedor de basura.
A pesar de todo, habrá quien no esté de acuerdo conmigo, cada uno es libre de votar lo que quiera, pero que se reflexione antes, por favor, aunque los medios de comunicación traten de inducir ideas más que de informar y de que tengamos que soportar otra torturante campaña electoral.