domingo, 11 de mayo de 2014

Europa: de la ilusión al desencanto

En 1986, cuando España entró a formar parte de la entonces llamada Comunidad Económica Europea, yo aún era un niño. Aún no comprendía el significado de ese hecho más allá de que era un acuerdo con otros países de Europa. Ese acuerdo coincidió con una etapa de clara mejora económica del país que recibía los fondos de cohesión destinados a mejorar las condiciones en aquellas regiones menos desarrolladas dentro de los países que formaban parte de la CEE. Más adelante, en mi adolescencia, se ratificó el Tratado de la Unión Europea en Maastricht que ampliaba esa unión a aspectos más allá de los puramente económicos, hasta política exterior común e incluso un Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Era una idea realmente ilusionante, la búsqueda del bien común entre todas las naciones, trabajar juntos para un futuro mejor, sin conflictos, guerras ni marginación, sin pretensiones de hegemonía ni explotación. Era un reto difícil pero en mi juventud veía tomar cuerpo a mi ilusión de una humanidad feliz.
Sin embargo, la realidad se impone a los sueños, en ocasiones cruelmente. Esa Unión Europea se amplió pero también sufrió la falta de entendimiento en asuntos cruciales como la segunda Guerra del Golfo. No parecía que el acuerdo fuera posible y la Unión Europea estuviese realmente unida. Durante esos años, nos fuimos dando cuenta de la importancia en nuestras vidas de las medidas acordadas en el Parlamento Europeo. Tal vez, hoy en día más que nunca. Desde Europa nos han venido medidas judiciales alabadas como la nulidad de las cláusulas suelo o impopulares como la excarcelación de los presos a los que se aplicó la doctrina Parot.
Pero el golpe más duro que nos hizo despertar del sueño de la unión entre pueblos europeos vino del origen de la unión: la economía. Llegó la crisis, hubo alarma, reuniones baldías y al final, la reacción ante la gravedad de la situación de países miembros como Grecia, Irlanda, Portugal y España fue poco solidaria. La ayuda al débil se hizo de rogar, se establecieron condiciones muy duras, no se quería arriesgar el bien propio, la idea del bien común quedó aparcada. Algunos países incluso consiguieron beneficiarse de esta situación de necesidad (sí, me refiero a Alemania). Quedó claro que los dictámenes del mercado económico primaban sobre el bienestar de los ciudadanos.

Así pues, nos encontramos ante unas elecciones en que se elegirán los miembros de un parlamento que tomará decisiones importantes pero que estará  influenciado por los lobbies y aquel ente que en la actual situación toma dimensiones casi mágicas y divinas, el mercado. Ese influjo puede ser tan grande o mayor como el de la búsqueda del bien de los ciudadanos europeos y eso me causa desaliento. Tengo claro que voy a elegir una opción progresista, en algunos casos, la promesa del bien ciudadano cuando lo que se quiere es el beneficio de unos pocos es para mí evidente. Sin embargo, ahora que he llegado a mi madurez me encuentro con que mi ilusión en una Europa unida se ha transformado en desencanto.

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